martes, enero 23, 2007

He, sí,

sucumbido al canto de la sirena.

Y este viernes me pondré algún vestido, tal vez nuevo, tal vez azul. El collar rojo está casi fuera de duda.

La celebración ajena está en movimiento: un pequeño Caballo de Troya, arrastrado por una docena de manos que prepara cerdos asados bajo tierra, barriles de cerveza amarga, tortas de queso bañadas de cereza, otros manjares.

Me reiré con las palabras cuando las entienda.

Y cumpliré con el ritual de contar las lunas, de saber la hora exacta de las mareas. Habrá niños en un mundo que es este y es otro también; habrá un desfile interminable de peces y habrá vientres tibios, concebidos con permiso de la historia.

Habrá una perra enorme que se quedará dormida después de devorar las sobras.

domingo, agosto 13, 2006

La pluma púrpura

es algo así como las ganas de un poema, como ese verso indeciso que corona no se sabe qué y por alguna razón se queda latiendo en el borde de las cosas, sin terminar de caer. Hoy que buscaba notas en el cuaderno, me la encontré pasando la hoja… ¡y claro…! ¡si las plumas púrpura son las del Ave Fénix…!

Ahí estaba Marina con su grandísimo libro de mitología griega predicándonos, niñitas ignorantes, por qué nuestra élite de guías y subguías (¡así que esto es lo que hacían en sus reuniones!) necesitaba un nombre immortal y un banderín púrpura.

En general Marina me parecía temible con su manera de azuzar el animal de la competencia que todas tan Lolitas llevábamos en potencia, y ahora me parecía todo un misterio penetrar el círculo, entrar en su casa y percibir el olor a alguna cosa tibia en la cocina, fijarme en el perchero lleno de sombreros y ropa abrigada que nadie se ponía, ni siquiera en San Antonio.

No parecía tan dictatorial ahora que leía en voz alta y hablaba de llamados de patrulla (todas susurrábamos en canto lo que se suponía íbamos a gritar después para traer a nuestras súbditas a la formación) y nos contaba de su propio campamento no hacía muchos años, de cómo había regresado sin garganta, sin uñas, sin fragancia a champú de manzana; de cómo se había divertido con los juegos, de cómo había hecho algunas trampas…

Y ahora resulta que Marina estaba llena de libros; de repente se convertía en una especie de híbrido ilógico entre la todavía vaga adolescente de uñas sucias que nos gritaba entre la tierra y la estudiante de Artes que abría el libro para iniciarnos en semejante pájaro y sus cenizas.

No recuerdo la última ni la primera vez que la vi (siempre tan importantes para la memoria). La recuerdo más bien casualmente, riéndose de mi ceguera en aquel hato de San Sebastián porque llegó “rampando” a espiarnos en la madriguera y yo, teniéndola en mis narices, no la descubrí. La recuerdo siempre enojada, siempre regañándonos y hoy día me pregunto si se habrá casado con algún novio arquitecto o tal vez comunicador social; si se habrá cortado el pelo; si será la magia detrás de algún museo, si se imaginará que esta tarde me la encontré en la pluma púrpura de su Ave Fénix…

martes, agosto 08, 2006

cómo se atreven

a exigirme zapatos
cabello domesticado
faldas en orden con la ley

de profesión
les digo
fabrico polvo y cenizas
porque
la memoria es cosa volátil

hoy aquí
ignoro costumbres lugar
y demás artificios de identificación

yo sí
estoy en protesta contra el mundo
su pudor del cuerpo
y el alma

miércoles, julio 19, 2006

Rosita detestaba a Amílcar por necio,

y por lo general tenía que vivir con la desgracia de pasar casi todos los días frente a su casa, en el camino del mandado. Si pasaba por ahí por una semana, dos veces cada día (una de ida y la otra de vuelta), entonces catorce veces el muchacho se subía al palo de mamón y desde allí cantaba:

Rosa, Rosa
tan maravillosa
tu amor me condena
a la pena eterna de sufriiiiiiiir


No es que a ella no le gustara Sandro. Al contrario: porque se lo imaginaba buen mozo y de blanco detrás de la voz dulzona en la AM, consideraba esta burda imitación una afrenta al buen gusto. Aquel muchacho, además de ser demasiado jipato (porque Sandro debía tener un poquito de color, sin duda), cometía el pecado de pasar todo el día sin franela, haciendo nada aparte de matar lagartijas.

Otras veces no cantaba, sino que le silbaba a Rosita como una culebra entre las ramas:

-Si no me tiras un besito, no te dejo pasar.

-Estaré loca, mijito. ¡Zas!

-¿Ah, sí? ¡Bueno… te echo a Sultán!

Ella se encogía de hombros:

-¡Echamelo, pues!

Y así pasaba. Sultán saltaba del pie del mamón a perseguir a Rosita, haciéndola correr por un buen trecho y después se devolvía tranquilamente a esperar que regresara de la bodega. Normalmente la tregua dependía del humor o las ocupaciones de su amo, o de su condescendencia con la carga de la compradora.

Rosita, por extensión, también detestaba al perro, por malo y por feísimo (en verdad el pobre perro era horrible, sobre todo por el contraste del hocico rosado con el pelaje blanco y sucio, además de ser flaco como un dibujo de escuela). Y quería que al animal lo pisara un carro o se lo llevara el río en alguna crecida, pero la cosa nunca pasaba.

Una mañana, al volver del río, Rosita encontró al perro en medio de una sesión amatoria, y en vista de que a esa hora su amo estaba durmiendo, lo tenía para ella solita. Pensó en tirarle un par de piedras, pero le daba lástima la idea de pelarlo y vaciarle el ojo o pegarle a la perra que nada tenía que ver en el asunto. Así que se paró al lado de Sultán y le echó medio tobo de agua bien fría. El perro estaba furioso, para gran regocijo de Rosita que, inspirada, arrancó un bejuco y le dio una pela al animal.

Claro que no dejaba de encontrase a Amílcar.

-Si no me tiras un besito, no te dejo pasar.

-¿Vas a seguir, mijito? ¡Echa pa llá!

-¡Ajá, tú lo que quieres es que te eche a Sultán!

Ella se encogía de hombros:

-¡Echamelo, pues!

Y se iba muerta de la risa, caminando con su bejuco en la mano.

domingo, julio 09, 2006

los cristales lloran

otras latitudes, otro tiempo
tanta agua afuera

canto continuo cayendo

la hora entrando en la casa
golpeando tejas monte trastes
piedra sin peso ni piso

los salones
sus sillas vacías y sus balcones
aquel jarrón en la esquina con su polvo

¿y qué hay de la ventana?
de madera
blanca o de colores

una que otra flor desordenada

los crujidos breves
tanta fortuna guardada

este suspiro vago
incontable
serpenteando en el silencio

jueves, junio 22, 2006

la gracia

de las sombras de los hombres
oculta entre la sombra más grande
de los árboles
de los bombillos colgando solos
de aquel traste que nadie usa
se instala en el silencio.

será cuestión de la noche
o mi torpeza para andar en ella
las flores convertidas en memoria:
amarillo, rojo, blanco, rosa
así
en este miedo
parecen más bien un asunto obsceno.

camino hacia el mar
guiándome por su canto y su aliento
Uno
Unico
Indivisible
el mar como dios
también tiene su cementerio

una cerca blanca
sus muertos callados
sus esfinges calladas

y regreso.

miércoles, marzo 15, 2006

La pureza de mi pecho

no está escrita en ninguna parte, y eso lo ve el que me encuentra en su mirada: yo soy de noches pasadas y profecías que no llegaron en medio de un relámpago.

Si las niñas andan con su puñado de pájaros, espiando la puerta abierta, yo ando con las manos vacías, yo no cuento las casas de mi cuadra. Sigo de largo, terriblemente desnuda y con mi laberinto desplegado frente a mí; eso que llaman andar por un camino.

Yo no sé de cascadas ni paraísos; a mí que me pregunten de cielo y tierra ocultos o aguas revueltas. A mí que me pregunten de cansancio y sonrisas muertas antes de llegar a los labios.

Mis pies no encuentran sus pasos; la lluvia y yo estamos vagas y nadie nos adivina.

domingo, febrero 26, 2006

Soñé con perlas negras

desperdigadas en la capota de un carro blanco. Soñé llorar por hijos que no eran míos pero estaban en mis brazos con la boca muy abierta, como pájaros que tienen hambre y esperan. Soñé con algo de reproche que se desvanecía, como siempre debe ocurrir con esta clase de cosas.

Esta mañana me he decidido a descolgar el vestido rojo de esa pared frente a mi cama. Anoche, creo, la oscuridad me hizo un poco más cobarde de lo que soy con cara al sol, y elegí el insomnio y el infierno onírico de mi cansancio. ¿Cómo, de noche, iba a enfrentar semejante trabajo?

Desnuda, tibia, me levanté a tientas de la cama, una con el vago amanecer afuera. Eso fue hoy. Y descolgué el vestido. El alba ha sido más o menos lo mismo después de aquella noche, y el cuarto ha sido el mismo, y yo he sido la misma, también más o menos… ¿por qué el cambio severo justamente anoche? No había llluvia ni luna llena ni perros ladrando a las sombras para avisar lo que se me venía encima….

Ahora no sé si hice bien. Todavía quedan unas grietas mínimas en la pared, en el mismo lugar, muy frescas para preocuparme por más perlas o más niños o más reproches a futuro. Lo digo como quien dice que el futuro no está en esta misma noche y por ahora no necesito resolver el asunto. La cuestión es lo de esta mañana, el gesto simple de haber descolgado el vestido: en verdad tengo la certeza de que es el reclamo de su seda lo que me perturba.

lunes, febrero 20, 2006

Finalmente he aprendido

mis lecciones y me siento a sembrar la tierra con agua y semillas. Me hago Magdalena por un momento y derramo el cabello sobre mis propios brazos cansados, llenos de polvo. No traigo aceites conmigo; apenas un sudor de sal que muere en mi cuerpo sediento de sí mismo.

Todavía no me acostumbro a la densidad de esta alquimia vieja que a nadie asombra a estas alturas; tengo manos torpes para el trabajo duro y creo que haría mejor intentando con los ojos cerrados, o el ombligo puesto en todo caso, por aquello de los nacimientos, el polvo, el final de la materia.

Intuyo que no es fácil esta cuestión de los milagros.

La orilla de la tarde está aquí, me encuentra caminando entre caracolas y algunas piedras albinas (estas las siembro en la ventana). Sin embargo de ellas no viene gran cosa,excepto arena y eco del mar, que ya se sabe, no significa mucho en estos días. ¿Cuál es, en verdad, mi espera?

Cada tanto me asomo de nuevo a la tierra, pero de ella sólo viene algo de aroma y sed. Otra vez mis manos torpes pelean amorosamente con un fuego que no entiendo y no termina: consume la tierra y todo cuanto la toca o escucha.

He aprendido mis lecciones. Ignoro que la playa se hace más amplia ahora que es noche sola y me digo que lo que necesito es beber un poco de salvia; no desde esta siembra ordinaria de mis manos, sino dentro de un árbol, a través de sus venas no andadas por el hombre, hasta llegar a la propia raíz de mi cuerpo: entonces veré los frutos.

domingo, febrero 19, 2006

A veces quisiera contarte