He, sí,
sucumbido al canto de la sirena.
Y este viernes me pondré algún vestido, tal vez nuevo, tal vez azul. El collar rojo está casi fuera de duda.
La celebración ajena está en movimiento: un pequeño Caballo de Troya, arrastrado por una docena de manos que prepara cerdos asados bajo tierra, barriles de cerveza amarga, tortas de queso bañadas de cereza, otros manjares.
Me reiré con las palabras cuando las entienda.
Y cumpliré con el ritual de contar las lunas, de saber la hora exacta de las mareas. Habrá niños en un mundo que es este y es otro también; habrá un desfile interminable de peces y habrá vientres tibios, concebidos con permiso de la historia.
Habrá una perra enorme que se quedará dormida después de devorar las sobras.